«Nadie me llaman todos»: sobre la nostalgia del emigrante

noviembre 8, 2022by Diego M. Lo Destro0

Nostalgia. La afectividad  del emigrante. Nostalgia del pasado, de su tierra. Nostalgia de afectos, de costumbres, del aroma en el aire de su patria, sus hermanos. La nostalgia es el pasado que adviene al presente con un suspiro de lejanía. La nostalgia es el yo sumido en la más abrumadora otredad. Nos descubrimos siendo otro para otros. Somos delatados por el acento, las costumbres, los modos. La nostalgia como sentimiento del exilio voluntario. Muchos doblegados por la barbarie y el hambre, refugiados, desposeídos, desprestigiados, acogidos.

La nostalgia hunde su raíz en el sánscrito «násate«, pasando al griego νόστος (nóstos) ‘regreso’ y -αλγία (algía), ‘dolor’. Fue el médico J. Hofer quien en el siglo XVII acuño el termino para definir el padecimiento de muchos expatriados como «deseo doloroso de regresar».

La nostalgia se emparenta indefectiblemente con la memoria: recordar (re-cordis) «pasar otra vez por el corazón». Platón hizo de la nostalgia el afecto clave de su filosofía, construyendo una epistemología y una ontología en base a dicho dolor por el regreso. Según el filósofo fuimos expatriados del mundo de las Formas, y nuestra alma migra al mundo sensible, encarcelando el alma en la materia de la cual desea liberarse. La doctrina de la ἀνάμνησις (anámnesis) se sostiene en la idea de que el verdadero conocimiento se da por el recuerdo que produce el contacto con las cosas del mundo sensible al evocar en nosotros la nostalgia de lo suprasensible. En este aspecto lo que descubrimos en realidad lo recordamos.

El poema homérico La Odisea, relata el sentimiento de exilio que experimenta Odiseo y la nostalgia por su amada esposa Penélope y la añoranza de su tierra, Itaca. Odiseo (Ulises) desembarca. En el canto IX, el Cíclope le pregunta por su nombre y el le responde:“Me preguntas cíclope cómo me llamo… -Voy a decírtelo: mi nombre es nadie y Nadie me llaman todos”. El nostálgico se siente nadie. Porque la nostalgia es el deseo doloroso de regresar a quienes alguna vez fuimos y ya no somos. El sonido de su nombre cambia en la experiencia de la nostalgia. Como Ulises, el migrante se sabe nadie; es mirado de reojo con desconfianza. El nostálgico se sabe otro entre otros: es extranjero. Responde vacilante al sonido de su nombre que suena en otras voces, diferente, balbuceante, confuso. Lo repite lento para que lo repitan: tosco, acentuado, desentonado, sin música.

La nostalgia es la añoranza de volver a sentirnos en casa. La filosofía, dirá Heidegger «sucede en cada caso en un temple de ánimo fundamental» (M. Heidegger. Los conceptos fundamentales de la metafísica. Mundo – Finitud – Soledad). En este texto el filósofo recuerda a Novalis quien describió a la filosofía como un sentimiento nostálgico: «la filosofía es en realidad nostalgia, un impulso de estar en todas partes en casa». La nostalgia va con nosotros, buscando en todas partes el sentimiento de estar en casa pero sin hallarlo. La filosofía es nostalgia porque es un buscar sin hallar, es un volver sin regresar, es un estar cerca en la lejanía.

El nostálgico es casa de su casa: alberga en su pecho los lugares, sus lugares, su barrio, sus afectos, sus libros, sus plantas, sus olores, las voces de su idioma, el aire, el canto. Quien duele por su regreso puede ser un emigrante o un exiliado. María Zambrano, hizo del exilio las condiciones de su filosofía, y distingue entre unos y otros, dice de unos que es por elección. Quien emigra lo hace por su deseo (claro, lo elige, pero no lo desea). Pero el exiliado lo hace obligado. El exilio invita a la acogida en el país extranjero, es visto con maravilla, tratado con respeto, es un héroe de otra tierra condenado a la lejanía por su ideal, su creencia o su nombre. El emigrante por otro lado, es visto con desconfianza, muchas veces con desprecio.   Es un huésped sin invitación ni deseado. De aquí que para quien emigra la nostalgia se vive como una expulsión de lo distinto. Deja atrás todo lo que fue y lleva consigo el recuerdo de lo que ha sido.

La nostalgia también es de su lengua. Según Derrida, el primer fallo de las leyes de la hospitalidad en nuestra sociedad moderna radica en el acto violento por el que el extranjero se ve obligado a comprender y hacerse entender en la lengua del anfitrión como condición de aceptación. El antídoto a esta conducta violenta, que favorece una lengua sobre otra, reside en la fórmula de la hospitalidad hiperbólica, ofrecida sin coerción, sin condiciones, sin compensación, simplemente por la presencia de un extraño que ingresa al espacio común. O, como dice Zambrano, porque se sospecha que el invitado no es otro que un dios disfrazado que, como Zeus Anfitrión, entra en la casa que lo acoge con la única intención de dejar un tesoro.

 

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