Cuidado con los peligros de la demagogia filosófica

octubre 15, 2022by Diego M. Lo Destro0

Gerard Achenbach, en los años 80, rehabilitó la práctica filosófica como un ejercicio dialógico para profundizar en aquellas cuestiones diversas y problemáticas que agobiaban a sus estudiantes, es así que abrió el primer consultorio filosófico moderno, y agrego moderno porque el consultorio filosófico ya existía en la antiguedad. Tenemos el testimonio de Plutarco, donde da cuenta de que Antifonte de Ramnunte «puso un cartel al lado del Agora de Corinto que rezaba «se curan los males del alma por medio de la palabra», y más adelante agrega que «creó una arte para quitar las penas convencido de que no había ningún malestar que no se pueda quitar de la mente» para esto «indagaba las causas de los malestares».

Por otro lado podemos pensar en Epicuro quién decía «vana es la palabra del filósofo que es incapaz de aliviar el sufrimiento humano» o Séneca para quien la filosofía aunque no cura los males puede aliviar los dolores del duro vivir: «Escribo cosas que podrían ayudar; confío consejos saludables a mis escritos, como si fueran recetas de medicina; he experimentado la eficacia sobre mis heridas que, aunque no fueron curadas completamente, no obstante, han cesado de extenderse».

Como es posible percibir, hay cierta frontera entre la práctica filosófica del acompañamiento y la práctica psicológica con o sin diván. Frontera que la psicología ha cruzado en más de una ocasión para abrevar de las fuentes inagotables de la filosofía: Victor Frankl abreva del existencialismo, la terapia de Elis de los estoicos, Jung, Freud  y Lacán de Platón.

Ahora bien, creo que hoy la demarcación fronteriza entre prácticas es más que necesaria. Es por eso, que si bien considero que hay cierta labor terapéutica en el acompañamiento filosófico sería un error, a mi juicio, calificarlo de terapia filosófica, así sin más y sin ninguna aclaración, porque permitiría que el lego caiga en una confusión y que se acuse al filósofo de intrusismo profesional.

Sin embargo creo que hay un peligro mayor, un monstruo con dientes más afilados que amenaza la labor de la práctica filosófica. A este se ha referido Lipovevsky con la idea de «sabiduría ligth» o Michel Onfray como «biblioteca rosa de la filosofía».

Onfray reconoce lo necesario que es sacar a la filosofía del cláutruo universitario y devolverla a la calle, pero también reconoce que hacer demagogia de la filosofía es tan equívoco como dejarla encerrada en la universidad:

Salir del gueto en el que se encuentra la filosofía, confiscada ésta por la institución y la Universidad, obliga a encontrarle mejor lugar, no uno peor. ¡Qué la filosofía descienda hasta la calle no quiere decir que tenga que hacer la calle! Sin embargo, hay ocasiones en las que esto es lo que parece, hasta tal punto la demagogia —ahora sí que la palabra me parece adecuada— es efectiva. ¿Cuándo se es demagogo? Cuando se halaga al pueblo, cuando se le dirige los discursos de facilidad que éste espera: recusación de lo complejo, descrédito de la inteligencia, desprecio del esfuerzo, creencia en una filosofía inmanente del sentido común, preservación de la ilusión de que todos podrían ser pensadores a su manera o reiteración del lugar común según el cual se puede filosofar economizando totalmente la historia de las ideas o recurriendo a un mínimo de conceptos y de lenguaje especializado.

Sin embargo, esto da pie según Onfray a que no solo se caiga en una filosofía demagoga sino aun más bajo: «una biblioteca rosa», una forma de escritura carente de ideas con títulos marketineros con el fin de comerciar con frasecitas de filósofos sacadas de contexto y adornadas para aplicarlas a la vida sin ningún tipo de reflexión: falacia de autoridad:

Pero ocurrió algo mucho peor aún con la reciente proliferación, en el mercado de la edición, de textos cortos, sin ideas, que llevan títulos formateados como campañas publicitarias por servicios de mercadotecnia que explotan el deseo de filosofía y toman pretexto del tema para adentrarse en un mercado de bolsillo: los pequeños tratados, los breves vedemécums, los léxicos para principiantes y la filosofía sin dificultad; Kant sin Prozac: llamemos a esto la biblioteca rosa filosófica. ¿Podemos caer aún más bajo?

Dicho esto la asesoría filosófica o acompañamiento filosófico debe sobre todo cuidarse a sí mismo de no incurrir en los simplismos propios de la demagogia tratando de bajar la filosofía al nivel del público, en vez de elevar al público al nivel de la filosofía. No es una cuestión de alcance sino de elevación. Esto implica que en vez de reducir la complejidad filosófica a un conjunto de frases e ideas simples, el filósofo que acompaña a un individuo en la consulta debe profundizar el estatus del problema para elevarlo al nivel de la filosofía en vez de proponer simplismos facilones.

Libros marketineros, demagógicos, simples, accesibles a cualquier lector: filosofía de autoayuda. Como pregunta Onfray «¿se puede caer más bajo?».

Ortega decía con mucho atino que «la claridad es la cortesía del filósofo», y es cierto. Claridad no implica un reduccionismo simplista de nociones que tienen cierta profundidad. La claridad es la cortesía del filósofo no la exigencia ni la obligación. Hay conceptos que por su profundidad carecen de luz y requiere que el individuo adapte su mirada a esa oscuridad para poder ver. Muchas veces el juicio de no comprensión de algunas nociones revista cierta holgazanería del pensamiento. El filósofo es un atleta del pensar y se entrena en el arte de mirar en la oscuridad hasta que sus ojos se adaptan para ver distinciones donde otros solo observan sombras.

La filosofía que intenta bajar al nivel del público es una filosofía que subestima la inteligencia. Pienso en el poema de Parménides. El filósofo describe un camino donde, un carro tirado por yeguas acompañado por doncellas que guían a un aspirante a la filosofía con el fin de acercarlo a la morada de la diosa (una representación de la sabiduría). Las frases son claras y elocuentes, aunque lo hacen con el tono de los grandes poemas épicos. El fragmento 1 deja claro que es el aspirante el que debe acercarse por el camino hacia la diosa y no la diosa la que debe bajar hacia el aspirante. El poema puede servir bien de metáfora para el acompañamiento filosófico, la función del filósofo asesor es la misma que tienen las doncellas que guían «através del camino» (méthodos), elevarlo y por ende, acercarlo por medio de un método a la filosofía, es decir disciplina rigurosa, no por una forma facilona y simplista que satisface su consumo cultural.

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